El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera. Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. (Juan 4: 49-50)

Hoy cuando nos congregamos a celebrar el Nombre del Amado Salvador, llevemos nuestra mejor alabanza, nuestra mejor adoración, nuestra mejor disposición, en fin, démosle hoy lo mejor de nosotros mismos, porque es un Dios maravilloso y bueno, que siempre se complace en que sus hijos estén muy bendecidos (Juan 3:2).

Hemos estado recibiendo tantos milagros del Señor, sanidades y prodigios que Dios realiza sin parar, y así como este hombre que siendo un oficial del rey -ni siquiera era un discípulo del Señor-, seguramente había oído hablar de Jesús, pero por sus quehaceres, no podía seguirle, y no obstante, porque su hijo estaba para morir, se movió por un momento a pedirle a Jesús, como su “última opción”, que por favor sanara a su hijo; pero no lo dijo por decirlo, había en sus palabras la determinación de quien está seguro que así será; luego el Señor Jesucristo no le dice, “sí vamos corre llévame junto a él”; le contesta tranquilamente que se vaya, que su hijo vive; y tremendo, este oficial, sin mediar nada más, simplemente cree y se marcha, dio por seguro que así era; y claro su hijo fue sanado (Vr. 53)

Ésa es la clase de fe que el Señor espera que tú y yo le manifestemos siempre y que por tal razón, los milagros en nosotros, no se hacen esperar. ¿Tienes tú la fe que este oficial le mostró a Jesús?, seguramente sí, entonces no temas nada y hoy al congregarte díselo, dile que lo amas y crees en Él, con todo tu corazón, y que agradeces todos sus milagros en tu vida.

 

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